Carlos Ochoa: El liberalismo vence al socialismo

Carlos Ochoa: El liberalismo vence al socialismo

A los populismos del siglo XXI sean de cualquier signo, se les hace cada vez más complicado seducir a las mayorías con sus promesas recicladas, incumplibles, demagógicamente incorrectas y fuera de sincronicidad con la realidad.

Los populismos del siglo anterior no son comparables con lo que quedan, es un desatino comparar al General Perón y a Eva Duarte con los Kichner, con Chávez y mucho menos con Maduro, para  no  comentar los ejemplos imposibles de  Lula o Petro.

A diferencia de estos populistas tapa amarilla, Perón construyó una narrativa inspirada en el Nacional Socialismo italiano de Benito Mussolini y de la interpretación que seguramente realizó de la biblia fascista del fuhrer, creó una mitología apoyada por la fuerza de las armas y el asambleísmo de los descamisados que llevaron a los altares a su carismática pareja para alimentar la religión de estado construida por un caudillismo mesiánico que aún hoy día después de décadas tiene un importante respaldo.





Puede parecer complicado de entender porque el Peronismo continua manteniendo una presencia importante en la vida política de la Argentina y otros intentos similares se van desvaneciendo con el paso de los días.

La razón principal es que a falta o en ausencia de un cuerpo religioso de creencias el Peronismo se constituyó como una religión con su mesías, sus apóstoles, su madre redentora y sufrida, sustituyó al cristianismo o en el mejor de los casos lo infiltró si tomamos como referencia al Papa Bergoglio.

Por eso Chávez que llegó al poder con el apoyo de la elite económica y política    se asume caudillo aconsejado por el argentino Norberto Ceresole que le da las claves necesarias para disfrazar de revolución su programa de despilfarro de los recursos de la nación, reavivando el culto bolivariano de estado elabora su división de la sociedad en patriotas y apátridas, una vieja estrategia que emociona a la mitad del país y le da al resentimiento social su ración de odio. En la Venezuela contemporánea no ha existido un político que se haya beneficiado con el poder del odio como Hugo Chávez, hay que reconocerle que supo odiar e inóculo ese sentimiento en todos y cada una de sus actuaciones como presidente y máximo profeta de su religión “revolucionaria”.

Es importante tomar nota de la importancia del poder del odio para los que piensan que Maduro va a entregar  por las buenas si pierde las elecciones o bien va a permitir una transición democrática y civilizada, si algo no tiene civilidad es el odio, ya han declarado que no van a entregar ni por las buenas ni por las malas.

¿Entonces que nos queda si pierden y no entregan? Algunos ponen como ejemplo las transiciones que se dieron en España y Chile, la verdad que en mi modesta opinión esos procesos no son comparables con la Venezuela de hoy, en España el caudillo Franco murió en el poder después de gobernar con puño de acero a una España devastada por 4 años de guerra civil, su sucesor Carrero Blanco fue asesinado en un atentado y de las mismas filas del franquismo y con el apoyo del joven rey surgió el político y una nueva generación que llevó a buen puerto la transición a la democracia, en Chile el dictador perdió un referéndum y la casta militar lo obligó a negociar.

Así que las transiciones son en cada caso únicas, no hay un modelo universal de transición por mucho que se quiera convencer a la gente que ese es el camino que se va a transitar si se logra vencer en unas elecciones asimétricas a Maduro.

La buena noticia es que Maduro no es un caudillo, es un gobernante sin carisma pero con mucho olfato político, lo contrario de los que muchos piensan y en todo caso no le veo vocación suicida ni de defender Miraflores como si hizo Allende en el Palacio de la Moneda en 1973, tampoco de cobarde, es en todo caso un pragmático acorralado por su incompetencia para gobernar y las acusaciones que penden sobre su cabeza,  en consecuencia lo que debe ocurrir es que la oposición democrática tiene que superar sus contradicciones y recuperar la confianza para presentarse lo más unida que pueda a una elección que Maduro no puede posponer más allá del 2024 y del otro lado Maduro hará lo que sea para evitar medirse con un candidato(a) unitario que no único, pues en un escenario polarizado con un alto contenido emocional de cambio lleva las de perder.  

La lucha de clases es una retórica del pasado, en este siglo ya no son posibles las revoluciones, el capitalismo ha vencido y el liberalismo se impone por igual en Rusia y China, los autoritarismos neo liberales tienen que ceder espacios o desaparecen.

En Venezuela la oposición no termina de entender que el discurso y las ideas liberales son las únicas que pueden seducir a las mayorías y vencer el poder del odio que moviliza  a  pobres contra pobres, porque los ricos no pelean sino en la bolsa.

Los programas de los principales partidos opositores se han nutrido de las distintas versiones socialistas enfrentando al liberalismo, quizá hace 50 años tenía algún sentido, pero hoy el socialismo ha demostrado que genera más pobreza que bienestar y eso se puede constatar históricamente.

Si algunos aspirantes piensan que hay algo salvable del chavismo, déjenme aclararles que no lo hay, que reciclar los bonos de la patria y las bolsas clap en programas que aspiran el cambio es un caballo de Troya, un virus que hay que desaparecer con un programa de recuperación productivo liberal.

Si de verdad queremos recuperar la democracia y la esperanza de calidad de vida, tenemos que ver el mundo en su versión liberal, para tomar lo mejor de cada experiencia y adaptarlo a nuestra realidad.