Miguel Ángel Torrealba: La tormenta perfecta en la UCV

Como en la película homónima y en el libro que se basa en hechos reales, la Comisión Electoral de la UCV condujo a toda la comunidad universitaria a ser testigo de la tormenta perfecta del viernes 26 de mayo. Lamentable espectáculo, y sin duda, inmerecido en la ya tricentenaria historia de nuestra ilustre Alma Mater. Pero, a diferencia del film y del libro, el bochorno electoral de ayer no solo era manifiestamente previsible –y, por tanto, evitable- , sino que, además, su ocurrencia fue advertida en varias ocasiones. Si se produjo fue porque la soberbia es mala consejera.

Vale la pena recordar algunos hechos importantes, ahora, cuando varios de los protagonistas pretenden eludir sus responsabilidades, a veces acudiendo a las excusas más insólitas. O, simplemente, diciendo: “Pues sí, pasó”, como si se hubiese tratado de un desastre natural incontrolable, y no de la confluencia de una serie de pésimas decisiones, producto -queremos pensar en la hipótesis más benévola- del desconocimiento, la ineficiencia y la improvisación.

Publicado el cronograma electoral, acudimos hace más de tres meses ante la Comisión Electoral, para pedir su revisión y modificación. El motivo principal: el hecho de que el registro electoral definitivo no se publicaría ANTES de las fases siguientes, como sucede en cualquier elección. Y ello por cuanto, hasta tanto no se conoce quiénes son efectivamente los electores, no puede saberse ni quiénes podrán votar ni por quiénes se podrá votar. Sin electores no hay candidatos, ni planchas, ni grupos electorales, ni impugnaciones de postulaciones, ni propaganda, ni nada. Sencillamente, sin registro electoral previamente depurado se anunciaba la tormenta perfecta.





Si esto de por sí ya sería grave en cualquier elección, el hecho de que se tratara de una “megaelección” con un registro electoral ampliado y reglas distintas, evidenciaba que se estaba ante un proceso (en realidad, de múltiples elecciones), con un nivel de complejidad y dificultades técnicas y logísticas inédito en la historia universitaria venezolana. Contar desde el principio con un registro electoral confiable era aún más necesario, aparte de que así lo exige la normativa universitaria.

No obstante, no se revisaron ni corrigieron las fallas del cronograma electoral, por lo que, en estas elecciones, ese orden lógico y legal fue trastocado. Tuvimos primero candidatos, y luego electores, con la incertidumbre correspondiente. Pero, además, sin un registro electoral definitivo no hay cuadernos de votación. Por ende, estos iban a tener que imprimirse conjuntamente con el resto del material electoral a partir del lunes 15 de mayo, es decir, los días próximos a la votación en primera vuelta, el 26 de mayo. Se iban dando las condiciones para la tormenta perfecta.

A pesar de estar enterada de todo esto, la Comisión Electoral no dio nunca respuesta a las múltiples advertencias que oportunamente se le hicieron. Pero llegamos al 15 de mayo, fecha prevista para la publicación del registro electoral definitivo, y no se publicó ni se explicó por qué no se había publicado. 

Así pues, en lugar de reconocerse los serios problemas logísticos causados por el deficiente diseño del proceso, agravados por el incumplimiento de un cronograma electoral que no permitía la corrección oportuna de fallas, se optó por mantener en vilo a toda la comunidad universitaria. Pasaban los días y nada, solo fue con cuentagotas que se publicaron los registros definitivos por sectores, tres días antes de la votación. La tormenta perfecta se avecinaba.

Llegamos al jueves 25. Ahora sabemos que tenían serios problemas con el tema de las boletas de votación. Los fallos del cronograma electoral y la improvisación pasaban factura. Al parecer, el punto de quiebre fue el deterioro del material almacenado en la Quinta Silenia de La Floresta. La única solución posible, para evitar males mayores, era que la Comisión Electoral anunciara ese mismo día, o al amanecer del viernes 26, el diferimiento del acto de votación. Y ese diferimiento debía divulgarse explicando con claridad y precisión las razones que lo justificaban. Más allá de las molestias, la comunidad ucevista habría entendido que era la única opción, sin menoscabo de determinar posteriormente las responsabilidades del caso.

No se hizo así, sino que, de la forma más irresponsable, se optó por una “huida hacia adelante”. Se anunció que las votaciones no comenzarían a las 8 de la mañana, sino a las 9. Luego, el bochorno de ver cómo llegaban a las Facultades unas pocas cajas con el material electoral, insuficiente y en parte deteriorado. Pocos electores pudieron ejercer su derecho, y, a media mañana, las enormes filas de ucevistas esperando, sin recibir explicaciones oficiales. Luego, la zozobra del mediodía, la indignación de las primeras horas de la tarde al constatar lo insostenible de la situación, y, a eso de las 3, el anuncio extraoficial de la suspensión del proceso. Sin explicaciones claras, sino con mensajes contradictorios de la Comisión Electoral divulgados por las redes sociales. En algunos casos, señalando falsamente que el deterioro del material se había producido una vez entregado este a las subcomisiones electorales. 

La tormenta perfecta se había desatado, a pesar de que pudo evitarse, no una, sino varias veces, adoptando las previsiones y correcciones del caso. Pero no hubo voluntad o propósito de enmienda. 

Así pues, al margen de la polémica respecto a si la opción del voto emitido en forma manual, pero escrutado y totalizado con máquinas, fuera o no la mejor técnicamente, lo que está claro es que los responsables directos de la tormenta perfecta fueron los tres profesores integrantes de la Comisión Electoral, así como su Secretario. Y el Consejo Universitario que los designó.

Hasta ahora, ni la Comisión Electoral ni el Consejo Universitario han dado una explicación oficial, precisa, completa y coherente sobre las causas que permitieron la tormenta perfecta, ni sobre las acciones que se tomarán para prevenir que vuelva a desatarse en las votaciones fijadas para junio. Lo primero es necesario para establecer las responsabilidades con sus consecuencias, que evidentemente debe haberlas, y lo segundo, para permitir que la comunidad universitaria ejerza su derecho a escoger sus autoridades de forma democrática, esto es: a decidir libremente su destino.

No basta, entonces, con un simple anuncio de “suspensión”, ni con la fijación de una nueva fecha de votación. Los ucevistas exigimos respeto. Merecemos unas autoridades que estén a la altura del desafío de realizar esas votaciones de forma eficiente, transparente y confiable, y de ofrecer resultados con iguales características luego de culminar estas. ¿Pueden los mismos que causaron la tormenta perfecta garantizar eso?