Cabezas cortadas, estrangulaban niños y cuerpos derretidos: cómo era Grand-Guignol, el teatro francés donde TODO podía pasar

Cabezas cortadas, estrangulaban niños y cuerpos derretidos: cómo era Grand-Guignol, el teatro francés donde TODO podía pasar

Las obras del Grand-Guignol no escatimaban en escenas violencia.

 

 

A comienzos del siglo XX, en las obras del Théâtre du Grand-Guignol pasaba de todo. Derretían caras, cortaban cabezas, quitaban ojos de sus órbitas, desollaban viva a la gente, estrangulaban niños; había excesos: de sangre, esperma, sudor, sífilis, lepra; drogas, hipnosis, sangre de nueve colores diferentes y a chorros; locura, excitación, desmayos, gritos, sexo, risa.





Por: Clarín

El Grand-Guignol expuso la sed de espectáculos de muerte que tenían ricos y pobres en la Francia de la Belle Époque. A falta de guillotina: Théâtre du Grand-Guignol.

El lugar era pequeño, y por eso funcionaba. El escenario en donde ocurrían las masacres ficticias tenía siete por siete. Solo 250 privilegiados eran testigos de las representaciones sin censura que sirvieron como semilla de los subgéneros del terror cinematográfico que hoy conocemos como “slasher” y “giallo”.

El frente del Grand-Guignol.
El frente del Grand-Guignol.

No hay Michael Myers sin Grand-Guignol. No hay Jason Voorhes sin Grand-Guignol. No hay masacres de Texas ni llamadas telefónicas terroríficas sin Grand-Guignol.

“La visión de torturas y muerte ha fascinado desde hace tiempo al hombre y sólo en tiempos relativamente cercanos las posiciones humanas han hecho que estas ejecuciones institucionales se conviertan en algo limitado en su público y realizadas lo más asépticamente posible, con lo cual se escamoteaba la diversión al público, que necesitaba su dosis de morbo”, señala Roberto Barreiro en el recientemente publicado libro “Máscaras, machetes y masacres. Historia del slasher” (Cuarto Menguante, 2022) para justificar la existencia de un teatro como el que aquí nos convoca.

“Este ‘vacío’ de entretenimiento llevó a pensar que la simulación de una muerte, realizada de manera convincente, podría provocar una dosis de adrenalina similar a la observación de una muerte real. En Francia, esta nueva forma de entretenimiento llegaría bajo la forma de un teatro muy especial: el Grand-Guignol”, completa el autor.

Michael Myers, un lunático que tranquilamente podría haber protagonizado una obra en el Grand-Guignol.
Michael Myers, un lunático que tranquilamente podría haber protagonizado una obra en el Grand-Guignol.

Distintas épocas, misma sangre

El Grand-Guignol tuvo varias etapas, cada una con la impronta de su dueño de turno. Eso sí, su eje central siempre fue el mismo: el impacto. Los franceses acudían al Grand-Guignol a sentir.

El primer propietario del teatro fue Oscar Metenier, un ex policía devenido dramaturgo que venía de haber trabajado en obras naturalistas.

Lo inauguró el 13 de abril de 1897 en un edificio que había funcionado como capilla. De ella quedaban resabios: dos ángeles enormes en la puerta de ingreso y palcos que se veían como confesionarios. Estaba en Pigalle, en el pintoresco barrio parisino de Montmartre en donde a comienzos del siglo XX lo único que se solía respirar era arte. El primer día del Guignol se festejó con ocho obras. Mademoiselle Fifi, de Guy de Maupassant, y La Brême fueron dos de ellas.

El pequeño tugurio no discriminaba. Ricos y pobres se entremezclaban con el olor a incienso, la oscuridad y los asientos sucios.

Metenier llevó adelante representaciones que eran algo así como las fotos en movimiento de los diarios de Harry Potter. Todo lo que había visto en la calle y en los periódicos lo convertía en obra. Las puestas en escena que motivaba eran como presenciar “en persona” aquellos episodios vertiginosos protagonizados por marginados que días atrás habían sido noticia.

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