Libertad o conveniencia: la ética tecnológica de la sociedad del futuro

Libertad o conveniencia: la ética tecnológica de la sociedad del futuro

El despliegue de nuevas tecnologías determinará cuál será la arquitectura social que logre generar mayor valor y seguridad para las poblaciones del mundo. | Shutterstock

 

A largo plazo las democracias debemos generar una declaración universal de los derechos y libertades de los individuos, que deben respetar las nuevas tecnologías del futuro.

Por Luis Eduardo Martínez en La Estrella de Panamá





Desde el fin de la segunda guerra mundial, EE.UU. logró construir un modelo social, político y económico que produjo una era sin precedente de paz entre grandes potencias. Los consensos democráticos, el estado de derecho y sus mecanismos de cumplimiento, y la libertad del individuo generaron un balance de valor social y paz internacional sin precedentes.

Sin embargo, durante las primeras dos décadas del siglo XXI, las virtudes de la democracia, el libre mercado, y el sistema internacional liderado por EE.UU. han sido cuestionadas por la ideología autoritaria en sus diferentes expresiones. China surgió como líder de la causa autoritaria a nivel mundial tras el rotundo éxito del Partido Comunista de China en transformar al país asiático de uno de los países más pobres del mundo al segundo más rico del planeta en 70 años y explotando las debilidades del sistema internacional actual.

El despliegue de nuevas tecnologías determinará cuál será la arquitectura social que logre generar mayor valor y seguridad para las poblaciones del mundo. La competencia estratégica entre EE.UU. y China es una competencia por el diseño anticipado de la sociedad democrática o autoritaria del futuro, y la optimización del valor social y la paz internacional que produzcan a través del uso de nuevas tecnologías.

Era de competencia estratégica

A corto plazo, la competencia por el control de recursos para la construcción de la sociedad del futuro ya está revolucionando el sistema internacional. Por supuesto que a través de la historia de la experiencia humana el recurso más preciado siempre ha sido el tiempo.

La capacidad de sociedades de maximizar el uso del tiempo determina su éxito. Tecnologías como la imprenta lograron la diseminación de información en tiempos más cortos, el motor a vapor redujo las distancias vis-a-vis el tiempo, y la internet optimizó la comunicación.

En el contexto tecnológico actual, el recurso clave para la maximización del tiempo son los semiconductores. Al centro de las innovaciones en inteligencia artificial y la masificación de sistemas con algoritmos de aprendizaje automático (o Machine Learning en ingles) se encuentran los semiconductores o componentes minerales de los chips que permiten el procesamiento masivo de información en cortos tiempos. Con tecnologías ya existentes, por ejemplo, un analista de la CIA puede ahorrar 45 días o 364 horas de trabajo de análisis de información utilizando sistemas de inteligencia artificial. Y consecuentemente puede informar al Gobierno de EE.UU. para anticipar amenazas a la seguridad nacional. En la vida pública, todo, desde paneles solares, teléfonos móviles, comunicaciones satelitales y hasta una calculadora básica utilizan semiconductores.

La capacidad de producción de semiconductores es por lo tanto tan esencial para la seguridad nacional y el desarrollo de las sociedades del futuro, como por ejemplo el suministro energético. Actualmente 53% de los semiconductores a nivel mundial y 90% de los chips más avanzados son producidos en Taiwán por TSMC (Taiwán Semiconductor Manufacturing Company). EE.UU. produce solo un 12% y China un 16% de los semiconductores a nivel mundial. A través de esta óptica es evidente porqué la pequeña isla de Taiwán está al centro de la disputa entre dos potencias.

Esta semana el presidente de EE.UU., Joe Biden, celebró una inversión de $20 mil millones para la construcción de una fábrica de semiconductores de Intel en el estado de Ohio. Y el legislativo estadounidense está por aprobar el Chips Act (Creating Helpful Incentives to Produce Semiconductors for America Act), una inversión de $52 mil millones para la producción local de semiconductores. A pesar de las iniciativas en EE.UU., China se perfila a ser al mayor productor de semiconductores para 2030, habiendo invertido más de $150 mil millones desde 2014 en subsidios estatales para la producción local de semiconductores

Ética y tecnología

A mediano plazo, el diseño de las nuevas tecnologías y la ética de su despliegue determinarán los nuevos paradigmas sociales. En el caso de China, el carácter autoritario del Partido Comunista y su control sobre las compañías tecnológicas han determinado las prioridades de los diseños y la ética del despliegue de nuevas tecnologías en el país. El internet, por ejemplo, está regulado por el Partido Comunista chino, e incluso ya cuenta con algoritmos que autocensuran los contenidos que pueden ser diseminados. Actualmente el régimen tiene más de 230 millones de cámaras vigilando a su población y recopilando miles de millones de puntos de información sobre sus ciudadanos y sus hábitos. Un promedio de una cámara por cada siete habitantes. Este despliegue tecnológico es utilizado por ejemplo para controlar y subyugar a minorías étnicas, como es el caso de los uigures en Xinjiang o acabar con la disidencia pro democracia en Hong Kong.

El control autoritario que obtiene el régimen de Xi Jinping a través del diseño de nuevas tecnologías se extiende también a la recaudación de información a nivel mundial. Actualmente el Partido Comunista de China exporta sistemas de videovigilancia masiva a 80 gobiernos del mundo. El gobierno de Pekín tiene acceso (a través de accesos ocultos facilitados por las compañías estatales) a, por ejemplo, las redes 4G del 80% del continente africano o a la información biométrica de los habitantes de ciudades en Ecuador.

Esta información es utilizada para sutilmente imbuir al mundo con la ideología del Partido Comunista de China. La falta de ética en el despliegue de nuevas tecnologías, sin embargo, también es rampante en las democracias de occidente. A pesar de no estar bajo el control de los Estados, las gigantes tecnológicas han priorizado la venta y el consumo de productos por encima de la ética democrática. Fueron los mismos algoritmos de las redes sociales creados por Facebook los que sembraron la semilla de la discordia en nuestras democracias y permitieron la interferencia de potencias extranjeras en procesos electorales soberanos.

Esta semana cuatro estados de EE.UU. demandaron a Google por el rastreo ilegal de los dispositivos de sus usuarios. La misma compañía fue multada en 2021 con $2.8 mil millones de dólares por violar las leyes antimonopolio en la Unión Europea. Y los grupos de interés de los grandes monopolios tecnológicos han invertido más de $1.2 mil millones en el último año para proteger las legislaciones que les permitieron estos abusos.

Tecnología democrática y la sociedad civil

En esta nueva era de competencia de grandes poderes, las democracias de occidente están en riesgo de cederle a China la predominancia tecnológica mundial. Ya el Partido Comunista de China produce una mayor cantidad de semiconductores que EE.UU. y amenaza con apoderarse de hasta un 75% del mercado global a través de su anunciada conquista de Taiwán.

El régimen de Xi Jinping, además, develó en 2021 su plan de 15 años para ser el líder de estándares tecnológicos a nivel mundial para 2035. Mientras que EE.UU., la Unión Europea y el Reino Unido, cada uno produjo planes que compiten entre sí por la supremacía tecnológica del mañana. Más allá de garantizar la producción de semiconductores, las democracias de occidente deben redescubrir las virtudes del sistema liberal. La polarización política producto del abuso de los algoritmos de las redes sociales son solo el comienzo de la destrucción de nuestro paradigma social, producto del uso de tecnologías sin ética democrática. Las compañías y los consumidores debemos internalizar el costo real de la conveniente rendición de nuestras libertades a favor de una satisfacción inmediata, sea una mayor recaudación económica por parte de las gigantes tecnológicas o un producto que facilite la vida de los consumidores.

Conclusión

A largo plazo las democracias debemos generar una declaración universal de los derechos y libertades de los individuo, que deben respetar las nuevas tecnologías del futuro. En particular, un paradigma ético que regule las capacidades analíticas de los sistemas de inteligencia artificial. El co-director del Instituto de Inteligencia Artificial Centrada en Humanos de la Universidad de Stanford, Fei Fei Li propuso, por ejemplo, que “el gobierno debería exigir a todas las grandes corporaciones que revelen cómo usan y procesan todos los datos, de una manera que sea comprensible para cualquier persona con un nivel de lectura de cuarto grado o superior… otras sugerencias incluyen el derecho del individuo a saber cómo el uso de la inteligencia artificial influye en las decisiones que afectan directamente sus libertades civiles, la libertad de estar sujeto a una inteligencia artificial invasiva o poco probada y el derecho a recurrir por daños”. En una sociedad democrática liberal el poder de decisión debe recaer en el individuo y el sistema debe proteger sus libertades, no la conveniencia que pueda producir la tecnología.

La competencia estratégica entre EE.UU. y China es una competencia por el diseño anticipado de la sociedad democrática o autoritaria del futuro a través de nuevas tecnologías, y será el compromiso de los individuos con sus propias libertades las que determinen qué modelo vencerá.