Verdades y mentiras de la escandalosa vida sexual de Catalina II, la zarina que modernizó a Rusia

Verdades y mentiras de la escandalosa vida sexual de Catalina II, la zarina que modernizó a Rusia

Retrato de Catalina II, por Johann Baptist von Lampi the Elder

 

 

Catalina la Grande continuó con la edad de oro del Imperio ruso allí donde lo había dejado Pedro El Grande, aunque para ello esta princesa procedente de Prusia, el reino más influyente de Alemania, se alió con parte de la aristocracia para desplazar del poder a su marido, el pusilánime Pedro III. Durante 34 años, Catalina modernizó al gigante ruso y gobernó rodeada de amantes poco discretos. «Fue igual de licenciosa que otros zares, pero debió andarse con cuidado al ser extranjera. Fue muy abierta a la hora de que la aristocracia supiera quiénes eran sus amantes. Quería evitar así que surgieran rumores peores», asegura Simón Sebag Montefiore, autor de ‘ Los Románov: 1613-1918’ (Crítica). Así lo reseñó ABC.





Sus ambiciones políticas condenaron a Catalina a vivir aislada y enfrentada a su familia.

A su débil marido Pedro III de Rusia le derrocó con una revolución palaciega; mientras que la relación con el supuesto hijo en común de ambos, el futuro, y breve, Pablo I, se vio envenenada por las luchas cortesanas. Para suplir su ausencia, Catalina se rodeó de una camarilla de íntimos, entre las que estaba la condesa Praskovia Bruce, que compartía con la emperatriz el entusiasmo sexual y se convirtió en «l’éprouveuse», la «catadora de amantes». Tal era la fama sexual de la zarina.

Catalina se dejó querer, en un principio, por el apuesto Sergéi Saltikov,«hermoso como el amanecer»
No obstante, la leyenda sobre la promiscuidad de Catalina es bastante exagerada. Como señala Sebag Montefiore en el mencionado libro, Catalina fue una monógama obsesiva cada vez que se encaprichaba, aunque su magnetismo sexual garantizó que no fueran pocos esos amantes. «Nunca creí que fuera una belleza, pero era agradable y supongo que eso era mi fuerte», afirmó sobre sí misma una mujer, además, culta e inteligente. Frente a un marido que la ignoró y se buscó otros entretenimientos, Catalina se dejó querer, en un principio, por el apuesto Sergéi Saltikov, «hermoso como el amanecer». Con él descubrió los placeres del sexo y, según confesó en su correspondencia, tuvo al futuro Pablo I tras varios abortos.

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