En el lenguaje coloquial, se llama calvario a una sucesión de problemas y conflictos que generan preocupación, angustia o dolor.
Esta última es la acepción que mejor define la realidad del habitante de la otrora Perla del Caribe; ilustrémosla.
Se levanta temprano y no hay luz ni Internet, los servicios de llamadas se cayeron también, en fin, decide bañarse y no hay agua. Más que molesto, enciende el carro y se percata de que no tiene gasolina suficiente, decide entonces tomar uno de esos destartalados autobuses para ir al supermercado a fin de comprar comida y leche para los muchachos, pero no tiene efectivo para pagar el pasaje.
Resignado, y luego de una larga caminata, encuentra un cajero automático inoperativo; espera pacientemente la apertura de la sucursal de su banco para ver si puede retirar algo de efectivo, pero no hay línea.
Vuelve a caminar para efectuar las compras, escoge lo necesitado y va a caja para, muy a su pesar, pagar en dólares, no puede porque no hay vuelto.
Frustrado y lloroso se sienta en un banco de la Plaza de la Asunción para rumiar su arrechera.