Érase una vez aquellos carnavales, por @ArmandoMartini

Érase una vez aquellos carnavales, por @ArmandoMartini

Armando Martini Pietri @ArmandoMartini

En Venezuela se iniciaron en la colonia, se hizo usual jugar lanzando bombitas de agua, huevos y azulillo a familiares, transeúntes y vecinos, en algarabía delirante de cierta gracia, revelando el humor criollo. Se realizaban bailes callejeros en los que mujeres y hombres compartían gestos considerados amorales. Diego Antonio Díez Madroñero, previa presentación de Fernando VI, el 24 de mayo de 1756, Benedicto XIV lo nombra obispo de Caracas. De visión clerical, celo apostólico y manifiesta intransigencia, se empeñó en cambiar las costumbres que consideró libertinas de Caracas, con extravió de la fe legada y confusión de los estribos morales por libertinaje de sus moradores. Los convirtió -sin mucho éxito- en tres días de rezos, rosarios y peregrinaciones con sentido del pudor propio de la religión e Iglesia Católica que en la Edad Media significaba abandono, descanso de la carne para la entrada a la sobriedad de la época de la cuaresma.

Años más tarde el Intendente José Abalos (1777-1783) devolvió su popular designio, pero más refinado; con adornadas carrozas, acicaladas comparsas, engalanados disfraces y emperifolladas máscaras, además de compartir confites para los que salían a presenciar tan glamoroso desfile. Cuando Guzmán Blanco fueron majestuosos, como lo había disfrutado y visto en su añorada París. En la dictadura de Gómez, solemnes y recatados; con Pérez Jiménez, se les recuerda por sus paradas, bailes públicos, privados, y el deleite del encanto, fascinación seductora de las misteriosas e inolvidables “negritas”.

En Carúpano, la festividad transfigura la ciudad en extravagante corriente de complacencia, júbilo y despreocupación. Las procesiones de cuadrillas recuerdan las bandas, mezcladas con ritmo de samba. Se confunden gritos, exclamaciones de bailarines, disfraces espléndidos y visitantes que disfrutan la inevitable chifladura colectiva. En El Callao giran en torno a las comparsas de personajes como La Madama y Medio Pinto, que danzan al ritmo de Calipso. En Mérida, se unen a la Feria del Sol, y día de la Virgen de la Inmaculada Concepción, se celebra al mismo tiempo que el carnaval. Hay corridas de toros, conciertos y eventos. Maturín, Puerto la Cruz, Puerto Cabello y Barquisimeto son excelentes alternativas.





Los carnavales siempre sabrosos, tiempo de gozo y jolgorio. fiesteros, rumbosos, coloridos, pero desperdigados. Por ello, nunca llegamos a la masiva popularidad de celebraciones prestigiosas y mundialmente célebres, como las de Rio de Janeiro (Brasil) y Venecia (Italia). Venezuela espera con expectativa los días carnestolendos, que, comienzan antes de la cuaresma cristiana (que se inicia el Miércoles de Ceniza), tiene fecha variable -entre febrero y marzo según el año- e inicia un jueves lardero y concluye el martes siguiente (martes de carnaval). 

Son alegre mezcla de ocultaciones, grupos que cantan, declaman coplas, comparsas, desfiles y festejos. A pesar de las diferencias su característica común es ser un período de permisividad y cierto descontrol, convertidos en arrepentimiento de los excesos y pacificación de los espíritus el “miércoles de ceniza” cuando las iglesias se llenan en busca de consuelo y perdón por los pecados de la carne, arrepentidos y limpios de faltas, el siguiente fin de semana se produce un breve, pero vibrante resurgir, la “octavita”.

Las vías se atiborran de carrozas representativas de parroquias e instituciones, con su reina, noches de fiestas y pecaminosas oportunidades. Para los niños representan la burbujeante alegría de la entrada en vacaciones. Los chiquillos se enfundan en los más variados disfraces, muchos de ellos representativos de lo que esté en mayor vigencia del momento -en 1999, por ejemplo, fueron muchos los traviesos carricitos disfrazados de militar alzado con boinas rojas y uniformes de camuflaje-, las habituales vestimentas de personajes adueñados de las fantasías infantiles -Superman, Batman, El Zorro, Cenicienta, Blanca Nieves, Llanero Solitario, Hombre Araña, Aquaman, etc.-, los tradicionales payasos, vaqueros e indios del viejo Oeste, diablos, Drácula, los Picapiedras, princesitas, y el más amplio imaginario popular. Ansiosos en las calles enfiestadas, interesados seguidores de carrozas desde las cuales se arrojaban montones de caramelos y papelillos.

Tenían escenarios fundamentales. Las carrozas con temas diversos, algunas verdaderas obras de artesanía. En plazas parroquiales, las más populares donde se montaban “templetes”, escenarios polícromos donde presentaban orquestas y conjuntos musicales de mayor o menor envergadura, para animar bailes entre tenderetes y policías vigilantes a la vez que complacientes.

Y los centros de encuentro, bailoteo y diversión, los clubes privados Caracas Country Club, Los Cortijos, Valle Arriba, y los muy concurridos como la Hermandad Gallega, Club Táchira -todavía se distingue su espectacular techo en las Colinas de Bello Monte-, Casa d´Italia, Club Paraíso y muchos otros, incluyendo el Salón Venezuela del Círculo Militar, con despliegue, pero con el inevitable pudor militar.

Grandes hoteles el elegante Tamanaco con su “Boite”, la “Cota 905” del Caracas Hilton y el siempre estruendoso Hotel Ávila (“¡En el Ávila es la cosa!”). Salones nocturnos, como el exclusivo Tony’s Key Club y el presuntuoso Le Club donde sólo ingresaban quienes habían cancelado membresía. Discotecas como Hipocampo, La Lechuga, entre otros. Tiempos de consagración de las grandiosas orquestas como Billo’s Caracas Boys, su rival Los Melódicos, Oscar de León, Porfi Jiménez, artistas internacionales de renombre y otras que han sido silenciadas por el olvido.

Fueron temporadas de alegría desbordante, excesos misteriosos, como las “negritas”, mujeres -casi siempre-, aunque más de uno aprovechaba para salir del closet disfrazado- provocaban a los hombres sin llegar casi nunca a nada definitivo. La idea era divertirse a placer sin ser reconocidas. Pero estimularon más de un divorcio escandaloso, cuando disimuladamente ataviada de “negrita” descubría a su marido bailando “pegao”, o cuando un confiado y aprovechador encontraba a su pareja oculta bajo el atuendo anónimo de pies a cabeza, que embestía atrevida a otros y hasta a él mismo. ¡Mascarita, te conozco, mascarita! 

La discusión ciudadana de quien merecía el reinado de carnaval llevó en tiempos de la tiranía del benemérito a un movimiento político, cuando las masas se involucraban en la elección, evento que el estudiantado universitario tomó de su cuenta y transformó en protesta contra el gomecismo, que consolidó a la llamada “Generación del 28” y llevó a muchos de sus integrantes a las implacables cárceles de la dictadura.

Los carnavales se convirtieron en instrumentos políticos de los gobiernos en busca de popularidad que, han venido siendo reducidos por limitaciones económicas, y más baratas tentaciones playeras y paseos campestres. Es parte de la historia moderna venezolana, hoy sólo eso, leyenda, recuerdos, cuentos. Los de este año, abrumados por la pandemia, agobiados por el hambre, la escasez angustiosa de medicinas, hiperinflación, múltiples carencias e inseguridad, serán silencios extendidos como ejemplo y resultado de este gran fiasco nacional llamado Revolución Bolivariana Socialista del siglo XXI. ¡La verdadera mascarada! 

@ArmandoMartini