Sobre tolerancia y populismo, por Marta de la Vega @martadelavegav

Sobre tolerancia y populismo, por Marta de la Vega @martadelavegav

Tolerancia no es relativismo; es reconocer 
el derecho que otros tienen de creer algo diferente 
a lo que nosotros creemos.
G. Sartori

En homenaje al eminente pensador político Juan Carlos Rey.

El pluralismo implica y presupone la tolerancia. Significa descubrir y comprender que la diversidad de opiniones, la disidencia, el contraste, no son enemigos de un orden político-social, como destaca G. Sartori en ¿Qué es la democracia? Su importancia radica en que variedad y diferenciación, no uniformidad, ni visión monocromática del mundo, ni pensamiento monolítico ni rigidez dogmática, son las bases más fecundas de la convivencia. Estas ideas, surgidas durante la Reforma, ante las atroces crueldades y devastaciones terribles de las guerras de religión entre 1562 y 1648, fueron el origen de las democracias liberales. 





Aunque a los puritanos, con su defensa de la libertad de conciencia y opinión por tratarse de una minoría, se les atribuye el descubrimiento del pluralismo, no es cierto que afianzaron el principio de la tolerancia, salvo para ellos mismos. Eran tan intolerantes como sus enemigos. En cambio, es de ellos el mérito de impulsar la separación entre la esfera de la religión y la del Estado. Si la unanimidad era el fundamento necesario para gobernar, si la pluralidad significaba desorden y discordia que llevaba a la ruina a los Estados, el surgimiento de este nuevo paradigma para edificar un orden público a través de lo múltiple y las diferencias, configuró lo que conocemos hoy, puesto que la democracia antigua fue también monolítica, como “liberal-democracia”. 

John Locke nos advertía que eran tan desacertadas la pretensión a la obediencia absoluta como a la libertad universal en materias de conciencia. La primera, lo vimos recientemente con horror, desencadena fundamentalismos sectarios, como demuestran los recientes ataques sanguinarios de islamistas radicales, que asesinan a víctimas inocentes, símbolos para aplastar a otras religiones, como la católica. Así ocurrió en la Basílica de Nuestra Señora, en Niza. O la masacre en Viena contra gente que se hallaba cerca a una sinagoga, símbolo de la religión judía. La segunda, que pretende una libertad universal, se despliega con una mentalidad sin cortapisas, que termina por ser libertinaje de conciencia. 

No se trata de desconocer el carácter sarcástico y burlón de un semanario satírico, ni de coartar la libertad de expresión, ni de ignorar la mentalidad tolerante y flexible de una sociedad abierta, dentro de una civilización liberal, sino de reconocer, si en verdad coexistimos desde distintas procedencias culturales, que se anula el respeto por el otro al perder de vista su existencia y la exigencia de su dignidad; se le invisibiliza, se le ofende y vulnera en su sensibilidad cuando se hace mofa de sus símbolos sagrados. La reacción del victimario, a la vez víctima, para hacerse notar, es extrema y primitiva; es una vuelta involutiva a la Ley del Talión, a la venganza en lugar de la justicia. 

En las palabras de Locke, es preciso determinar las cosas que pueden aspirar a la libertad y mostrar los límites de la imposición y la obediencia. Para eso están las leyes, como mecanismos de cohesión social, instrumentos para el bienestar, la preservación y la paz en la sociedad, para modelar y enmarcar su gobierno. “Esta -dice Sartori- es la visión del mundo que hoy por hoy queda como típicamente occidental. Ciertamente el Islam la rechaza frontalmente; y en África no existen raíces para su desarrollo”. Esta construcción que para su logro ha requerido casi 2 siglos se encuentra en grave peligro. 

Por un lado, el caudillismo mesiánico y emocional, que recurre a sentimientos disociadores como el miedo, la rabia o el rencor revanchista, que miente, instiga a la violencia y polariza la sociedad en dicotomías maniqueas entre dos bandos. Es lo que el actual presidente estadounidense, D. Trump, empuja como candidato, con un alto costo para la democracia y las instituciones de la república. A la vez ignora su responsabilidad como estadista con sus reacciones desmedidas ante una elección presidencial que parece serle adversa. Por otro lado, el populismo, una variante del fanatismo sectario y excluyente, demagogia perversa y efectista disfrazada de democracia. Es lo que ocurre con la tiranía usurpadora en Venezuela que preside Maduro. No adversarios sino enemigos: exterminio. Desapariciones forzosas, torturas brutales o sutiles, judicialización de la justicia como mecanismo de control político y social. Negligencia de las funciones de gobierno, abandono de las obligaciones del Estado. El poder por el poder mismo.