Alfredo Maldonado: Los papeles rotos de Nancy Pelosi

Alfredo Maldonado: Los papeles rotos de Nancy Pelosi

¿Vieron la expresión de la señora Nancy Pelosi mientras Donald Trump ganaba la reelección en sus narices? De vez en cuando un vistazo al texto del discurso, que el Presidente le entregó displicentemente al llegar al recinto, sin saludarla. Trump no es un gran retórico, no tiene esas frases bellísimas, ingeniosas y habitualmente vacías de los políticos. Usa las frases breves, contundentes, hechos, del empresario que avanza hacia el liderazgo. Y pudo darse el gustazo de precisar, frase a frase, hecho a hecho, cifra a cifra, que les guste o no a los demócratas, Estados Unidos se ha transformado nuevamente en la primera potencia mundial en sus tres años de mandato.

La señora Pelosi, trumpazo a trumpazo, no aliviaba el gesto. Hojeaba y ojeaba el texto del discurso. La audiencia hizo esa noche de State of the Union más ejercicio que en un año de gimnasio, levantándose para aplaudir y sentarse de nuevo. ¿Cuántas veces se levantaron? Comencé a contarlas pero me aburrí de contar. Una frase, un hecho, una puesta de pie para aplaudir. Perdí la cuenta, ¿quién va a echar números en la noche de gloria de un caudillo sin pelos en la lengua? Y con sólo tres gestos. Ligera mirada a su derecha, cabeza y mirada directa a su izquierda, levantar la mano derecha con los dedos en actitud de precisión. Nunca sonrió, los triunfadores no sonríen, dominan con la mirada, imponen.

Podríamos criticarle, por solidaridad latinoamericana, que ha trabado con dureza extrema el ingreso de inmigrantes por sus fronteras, especialmente la del sur con México y Centroamérica. Pero dio tantas cifras de delincuentes, perversos, traficantes de drogas y seres humanos arrestados en las fronteras, que toda crítica queda difuminada, en el aire, no aterriza. Y el detalle genial de que el funcionario de Inmigración ascendido, invitado especial al evento, presentado como un héroe, era latino. Lo presentó, todos lo vieron con su uniforme verde, su estrella dorada, su sonrisa de orgullo y de compromiso, su mano en alto, la mano del concepto con el cual Trump acalla las críticas: si entras ilegalmente, te rechazamos. “Ilegalmente”, ése es el escudo.





Mientras los demócratas veían diluirse por inútil toda su alharaca con el impeachment -¿así se escribe?- y se enredaban con el anticuado proceso de elección de candidatos presidenciales en un estado tan pequeño como Iowa, los republicanos aplaudían a quien la noche del State of the Union ganaba la reelección como ganan sus fortunas los buenos empresarios: con claridad y perseverancia de pensamiento y de propósitos, y con hechos.

Fue en ese escenario donde se sentó silenciosamente Juan Guaidó, fue allí, en medio del fervor de making America greater, donde Donald Trump le puso las cosas claras al castromadurismo venezolano, y donde presentó a Juan Guaidó, quien tuvo que ponerse de pie aupado por una ovación entusiasta, todo el Congreso de Estados Unidos y los invitados mirándolo a él y aplaudiéndolo, y tuvo que hacerlo dos veces.

Fue en ese escenario donde Trump explicó cómo ha arreglado conversando con ideas claras y objetivos concretos las cosas con China y con los socios limítrofes, México y Canadá, donde el Presidente de Estados Unidos le puso límite claro y corto a las tiranías comunistas y corruptas de América, donde Maduro, Ortega y Castro comprendieron –el mensaje fue muy claro- que tienen sus días contados.

La noche de este martes 4 de febrero, el mismo día que Maduro se puso una gorra militar para caminar hasta la tumba de Hugo Chávez a insistir en soñar imposibles, Donald Trump hizo sentir a los estadounidenses que es un triunfador, que con él al frente los estadounidenses son triunfadores, que es el mejor Presidente de Estados Unidos en décadas, que el próximo Presidente estadounidense –salvo un inesperado milagro- será republicano, que la democracia a la norteamericana es el futuro inmediato para América Latina, que Juan Guaidó será el próximo Presidente de Venezuela sin bolivarianismos ni alardes fantasiosos. Tanto que al día siguiente fue hospedado en la Blair House en espera de su cita con Donald Trump en la Casa Blanca.

Entre aplausos y entusiasmo, a Nancy Pelosi no se le ocurrió otra cosa que la frustración y la furia mostrada al romper los papeles del discurso. Así como Juan Guaidó crece, Nancy Pelosi se disminuye.