Luis Alberto Buttó: Sobre la censura

Luis Alberto Buttó: Sobre la censura

Luis Alberto Buttó @luisbutto3
Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

La censura es uno de los ejes transversales definitorios de los sistemas de gobierno atrincherados en sí mismos, razón por la cual devienen intolerantes, soberbios y represivos. La censura es marca de agua indeleble, mecanismo de coerción por antonomasia aplicado por regímenes autoritarios caracterizados como son por la convicción acunada en la mente y alma de quienes los encarnan de que el mando sólo debe responder al impío objetivo de preservar intereses propios, grupales y/o personales, imposibles de alcanzar sin la desmedida permanencia en el poder; léase, más allá del beneplácito de la opinión mayoritaria.

En el empedramiento del camino que conduce a la entronización del totalitarismo, la censura juega papel preponderante en tanto y cuanto, al materializarse con éxito mediante el acallamiento persistente y selectivo de ideas críticas y opiniones disidentes, pone en práctica el aberrante principio de que la verdad, por definición, no existe en la demostrable objetividad de los hechos. Así las cosas, la verdad no es producto de lo realmente acontecido en el complejo contexto social sino constructo de la narrativa apegada a la cosmovisión del poder omnímodo y omnisciente, empeñado como está, desde y con la utilización de los resortes del Estado, en aplastar la condición humana del individuo, medida, entre otras cosas, por la capacidad de discernir la esencia de lo ciertamente verificable. Dicho en otras palabras, en el reinado de la censura ningún suceso, fenómeno o proceso existe hasta tanto la arbitrariedad del poder no decreta su ocurrencia. El absolutismo encuentra, entonces, terreno fértil para el clímax de su manifestación.





Amparada y justificada en la entelequia del bien común, la censura es, no casualmente, negación palmaria de dicho bien común. La censura posibilita el cruel e insensible silenciamiento de los reclamos intentados por ciudadanos desatendidos por la indolencia y/o torpeza de la acción del Estado o del gobierno o maltratados por las tropelías de cualquiera de ellos o de ambos. Al impedir que se divulguen a través de medios independientes (entiéndase: no circunscritos a su entramado o atados financieramente a sus subvenciones), el poder logra ejecutar el perverso acto de magia de borrar de golpe y porrazo los problemas y sufrimientos de la gente al cubrirlos con el manto de la invisibilidad. En trágica consecuencia, el grito de miles muta en silencio de todos. Y, como siempre, los más necesitados se tragan su dolor, abortadas como fueron sus quejas en gargantas imposibilitadas de expresarse. El fanático se reconoce también por la animadversión desplegada hacia las voces que le recuerdan la fealdad de su conciencia.

A qué negarlo, la censura tiene impacto multiplicador. Amén del efecto inmediato de enmudecer a quien se le aplica directamente, termina cohibiendo a muchos de los cuales todavía no alcanza. Esto es malo por un lado pero resulta maravilloso por el otro. A la par que algunos desisten del compromiso, otros resisten y lo asumen como acto de fe. Basta recordar que la fe viene aparejada con la esperanza y que nunca ningún cambio fue posible si previamente quienes lo impulsaron no creyeron fervientemente que era posible cristalizarlo. Lástima del censor: no siempre se sale con la suya. La inteligencia es irreverente.

Más que un derecho, opinar es un deber. Nunca un delito.

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3