No dejemos que nos gane la tristeza, por @judithsukerman

No dejemos que nos gane la tristeza, por @judithsukerman

thumbnailjudithsukermanLa tristeza se apodera de nuestro país. Durante la semana que pasó, fui testigo de varias historias desoladoras, que aunque cada lamentablemente cada día se hacen más frecuentes, no pueden menos que indignarnos y conmovernos.

El martes, durante un recorrido a una comunidad al sur de Valencia conocí a Andrea, una joven madre soltera que me hizo pasar a su rancho para que viera que lo único que había allí para comer era un kilo de harina de maíz precocida, un kilo de arroz y un cuarto de kilo de café, porque a pesar de que madruga a diario, de domingo a domingo, para ir a trabajar – con excepción de los jueves que es el día que tiene derecho a adquirir productos regulados en la red de distribución de alimentos- no le alcanza lo que gana para alimentar a sus 3 hijos. Llorando me contó que a su hija menor, que todavía es lactante, le da tetero con “agüita de masa”.

El miércoles, acudimos a una concentración en apoyo al diario El Carabobeño, que tras 82 años siendo ventana informativa de la región, se vio obligado a apagar sus rotativas por falta de papel, allí estaban sus 300 trabajadores, abatidos, preocupados, inquietos ante un futuro incierto, ahora sin empleo. En los rostros de todos se advertía una profunda aflicción.





El Viernes, nos tocó despedir a la menor de las hijas y los últimos nietos de Haydé, una buena amiga de hace años, solo faltaba ella, sus otros hijos ya se habían ido del país, buscando un futuro mejor. Desde ese día, Haydé y su esposo sienten la orfandad del destierro obligado de su familia, añorando, echando de menos, lamentando.

Temprano en la mañana del sábado, conversé con una señora de la tercera edad que estaba en un mercado municipal comprando cabezas de pescado para poder hacer sopa porque su pensión no le permite cubrir sus necesidades básicas, me dijo “debo escoger entre comprar mis medicinas y comer”. Con lágrimas en los ojos, confesaba que en su desgastado monedero no había suficiente para adquirir un kilo de sardinas.

En la noche de ese mismo sábado, compartí el dolor y la inquietud de una querida líder comunitaria del sur de la ciudad, que desesperada buscaba solución fisiológica para que en el Hospital Central de Valencia, pudieran atender a su hijo que fue apuñaleado por un par de atracadores, cuando volvía del trabajo. Mientras hablábamos, la angustia y desesperación corrían por sus mejillas en forma de lágrimas.

Y mientras estas y tantas otras familias venezolanas sufren los avatares del régimen, Maduro viajaba a Cuba con una gigantesca delegación, Tarek William Saab, volaba con destino a Paris a vacacionar. Iroshima Bravo, inauguraba un lujoso Spa en Miami y los sobrinos de Cilia Flores contrataban a uno de los bufetes de abogados mas costosos de los Estados Unidos .

Parece que un manto creciente de ocuridad recubre nuestro país, pero al gobierno no le preocupa, sigue empeñado en terminar de implantar un modelo económico que a lo largo de la historia ha fracasado y generado un pavoroso empobrecimiento de la población. Lo cual, queda ratificado en los indicadores y proyecciones recientemente publicados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas responsable de promover el desarrollo económico y social de la región, siendo Venezuela el país que presenta los peores resultados, quedando incluso por debajo de Haití.
Estamos obligados a no permitir que ni la desesperanza ni la tristeza nos dominen y evitar que la angustia, el desconsuelo, la desesperación, se conviertan en motivo de pesimismo que nos desmovilice. Cada día debemos hacer -como manda la sabiduría popular- “de tripas, corazón” para hacer crecer nuestra fe en que esta situación va a cambiar pronto y fomentar la fuerza necesaria para hacerla cambiar, porque sin duda depende de nuestra fuerza y nuestra fe, que así sea.

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