Fernando Núñez Noda: La isla desierta para imaginar

Fernando Núñez Noda: La isla desierta para imaginar

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Fernando Nunez Noda

La metáfora de la “isla desierta” me ha resultado de gran utilidad.

Utilidad no utilitaria, claro. Consiste en separar un acontecimiento social de su entorno y estudiarlo en condiciones aisladas, genéricas o ideales. Es una reducción al absurdo para observar la conducta humana con un mínimo de civilización, es decir, ir a lo esencial y aprender de los fenómenos sin tanta interferencia moderna.





Con la isla desierta se ha soñado develar los más complejos acertijos antropológicos, como la conducta sexual, el liderazgo, la agresividad, la sanidad mental, etc. Tierra soñada, paraíso, lienzo de ficciones. Ha sido excusa para listas, listados y listines. También un cliché para los caricaturistas.

No “desierta” por árida sino por deshabitada. La ausencia de otros produce una experiencia humana en estado puro. En la película El Naúfrago (2000) de R. Zemeckis, el abandonado tiene que reconstruir la civilización desde el fuego y luego crear una contraparte: el balón de voleibol, el otro o la otra.

Por eso no hay tantas novelas o cuentos sobre soledades demasiado largas. La pobreza de recursos tampoco ayuda (a menos que estudiemos la reacción ante la pobreza de recursos), por lo cual la isla suele ser muy frondosa y noble. Sana, con abundancia de lo necesario, sin mosquitos.

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Quino.

Y el otro ingrediente es uno o varios náufragos. Sólo gente arrancada de su rutina y puesta con poca preparación en la isla o el islote dan al experimento sus altos grados de interés. Pueden ser ingenieros y periodistas, como los dibujaba Verne o niños, según la mitología goldingeana. O nobles exiliados y familiares traidores, como en La Tempestad de W. Shakespeare, en la que una isla remota revela la verdadera naturaleza del “naufragio”.

El programa más longevo y popular de la BBC Radio se llama Los Discos de la Isla Desierta (ya que empezó con álbumes musicales) y consiste en preguntarle al invitado qué diez objetos y, sobre todo, discos y libros se llevaría a una isla desierta… y por qué. Lo que cada quien responde revela muchos sobre su cultura, personalidad e incluso ambiciones. Un perfecto estudio psicológico condensado en una lista. ¿Qué libros y que álbumes se llevaría mi apreciado lector? O una pareja sexual, o un aparataje para poder construir un barco de vuelta Díganmelo en los comentarios.

Estadía; compañía o ausencia

Cuánto se tarde uno en la isla resulta clave. También si lo sabemos o no. Para elaborar listas y ejercicios de síntesis, se da por sentado que la estadía será para siempre. No “indefinida” sino absoluta, definitiva. Saber eso y que no tenga fin son la clave de su éxito como laboratorio de panoplias mentales. ¿Para qué escarbar la tierra por “las mejores diez novelas”, si estuviésemos escasamente un año o dos en la ínsula?

Por otro lado, la incertidumbre reina en la realidad (social) y su espejo cóncavo: la ficción realista. En los casos reales de naufragio, de abandono o autoexclusión en islas legítimamente deshabitadas, la convicción de una estadía indefinida es la marca de los momentos.

quino-naufrago3Una gran novela de náugfragos, Robinson Crusoe (1719) de W. Defoe, se inspira en recuentos reales. Especialmente uno ocurrido hacia principios del siglo XVII en la isla chilena de Juan Fernández, cuyo autor hizo una breve crónica de sus cuatro años aislado.

“Vivimos y morimos por el tiempo” decía el de la película, entre otras cosas para ilustrar la paradoja de días que llegan a diluirse, sin más sentido que mantener la vida. (Que es bastante pero no suficiente para un existir medianamente civilizado.)

A eso se suma, sin duda, el temor que produce una naturaleza sobrecogedora, desconocida, súbita. Robinson Crusoe, terrateniente, naufraga en una isla a 50 kilómetros de la boca del río Orinoco. La tierra excesivamente frondosa, nuevas especies, lluvias interminables… le hacen perder la noción de tiempo, que cincelaba en un tronco, pero olvidaba fácilmente.

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Uno de muchos suplementos y facsímiles sobre Robinson Crusoe.

Por otro lado, aunque la “isla desierta” suele en efecto estar libre de congéneres, hay otras cuya soledad es aparente. La de Crusoe resultó visitada ocasionalmente por caníbales para ejecutar (engullir, diríamos) a sus prisioneros. Crusoe salva a uno (Viernes) y luego a otros, con quienes protagoniza muchas aventuras.

Las islas desiertas que quizá no están desiertas son, acaso, el escenario más fascinante de la ficción. Desde la magistral La isla misteriosa (1875), de Julio Verne, hasta modernas versiones televisivas, como Lost, la especulación sobre qué puede haber detrás de extraños sucesos nos fascina y atrae.

En El señor de las Moscas (1954) W. Golding también nos mantiene en suspenso sobre el misterioso ser que acecha entre la maleza. Y la ya mencionada Lost, que mantuvo en intriga a millones para dejarlos al final en la tierra muy amplia de la especulación.

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Una nublada: Isla Faroe, entre Islandia y Noruega. Foto: Caters.

Portada de la edición original de “La isla misteriosa” de 1874.

Confieso que este ensayo sobre islas desiertas es excusa para hablar de una novela de aventuras que me conmocionó de niño: La isla misteriosa de Julio Verne, escrita en 1874. Quizá la primera novela que leí, hacia los 10 años. Es una muestra magistral de las islas desiertas que no están desiertas.

A mi juicio Verne usa la metáfora insular para anunciar las virtudes de la ingeniería en tanto organización científica del entorno físico. Esta profesión, nueva para entonces en su concepción moderna, podría ser la más exitosa de todos los tiempos, y en todo caso, indispensable en nuestra época de ciencia aplicada.

Para escribir La isla Verne dice haberse manchado la ropa de sustancias reactivas de tanto observar y experimentar fenómenos químicos, por lo cual la declaró una “novela química”. Y, en efecto, hay muchas proezas en la disciplina de los átomos y sus estados.

La obra también camina sobre la tradición de R. Crusoe: una reconstrucción de la historia en el curso de una vida o de una estadía en la isla. Permea (o denuncia) cierto colonialismo, por aquello de que los náufragos se autodenominan “colonos”. Pero el afán científico supera lo político en la obra de Verne.

La novela parece un reality show de supervivencia, una competencia (en este caso grupal) contra el ambiente salvaje, que se hubiera impuesto sin la ocurrencia de eventos, justamente, misteriosos.

¿Náufragos o colonos?

Unos escapados en globo son desviados por feroces vientos a un punto muy lejano del Pacífico sur. Es un grupo heterogéneo, todos hombres y un perro: un periodista, un marinero y su hijo adoptivo adolescente, un esclavo liberado y, sobre todo, un brillante ingeniero del ejército bajo Abraham Lincoln.

Mapa de la Isla Linclon, dibujado por los colones en el tope del volcán.

El globo fue la única forma de salir de una prisión confederada durante la Guerra de Secesión en EE.UU. Trepan espectacularmente el vehículo y parten sin saberlo hacia una megatormenta que los eleva y transporta en pocos días hacia tierras (mejor dicho, mares) y trozos de océano poco explorados, “caen”, en el sentido de que se desploman, en el agua y luchan por alcanzar un islote y luego la isla. La isla desierta.

Llegan originalmente sin el ingeniero. Ciro Smith (y el perro Top) fueron arrancados de la cesta y se les cree muertos. Los colegas náufragos se las han visto negras para desenvolverse y comer. Consumen a duras penas moluscos y peces crudos porque los elude el fuego: se mojaron y deshicieron las cerillas. No saben dónde están. Les cuesta horrores abrirse paso en la jungla boscosa.

Pero Smith aparece sorprendentemente y no recuerda cómo pudo sortear un mar enfurecido y escarpadas costas de piedra. Ciro es el ingeniero con visión prospectiva, algo de sabio, algo de pragmático, tiene ese equilibrio entre la teoría científica y la fenomenología de las cosas utilitarias. La ingeniería es una física aplicada, aunque para Verne se ajustaba más a una “química” aplicada.

¿Fuego? Ciro toma las lentes de dos relojes de bolsillo, vierte agua y sella con barro mezclado. Esa lupa hace arder la yesca en minutos, al inicio tensos. Calcula la posición geográfica por las estrellas y la trigonometría. Para los curiosos, las coordenadas de esta isla fantástica son: 34°57°S 150°30°O, a unos 2.500 km al este de Nueva Zelanda.

¿Un lugar donde vivir? Con la ayuda decidida del resto de los “colonos”, Smith fabrica explosivos y libera un agujero gigante en la pared de granito frente al mar. Procesan papel, controlan el curso de ríos, enfrentan piratas. El ingeniero (y el espíritu ingenieril del grupo) recorren la Edad de Piedra (trampas, fuego); la Edad Media (fosos, papel) y la Moderna (nitroglicerina), a medida que controlan mejor el entorno. O creen ellos porque el adjetivo “misteriosa” no es arbitrario en el título.

Suceden cosas: un animal que hubiera matado a Top en una laguna deja de moverse súbitamente y flota, muerto, por alguna acción repentina y fulminante; una tortuga gigante volteada por los náufragos parece haberse haberse devuelta al mar ¡caminando! a juzgar por las huellas. Una muy útil caja de herramientas y armas aparece un dia en la playa arenosa. Piratas que se han escondido en la isla ven su barco explotar como por torpedos que no existían en 1874. Perdidos en el mar, en un bote construido para escapar, retornan a la isla gracias a la luz que encendió alguien… pero ninguno del grupo.

Y sin embargo esas extrañezas son nimias al lado de lo que sigue: una aparición que nos electriza, por lo inesperada. Este personaje es la ingeniería con toda la disponibilidad posible, mientras que Ciro y sus amigos son la ingeniería mínima, la reconstrucción civilizatoria con instrumentos teóricos, no materiales. No puedo decirles más sin revelarses el telúrico final de esta novela de aventuras.

Uno muchas veces se pregunta qué pasaría si volviéramos a nacer o a ser niños, pero con la mentalidad actual, con lo que sabemos. Me parece que ésa es la pregunta verniana de La isla… ¿qué pasa si llegamos a la isla desierta con lo que sabemos ahora (sea 1874 o 2014), hasta dónde llegamos en el camino civilizatorio? ¿Cada día que pasa se hace más largo o más corto ese camino?

El personaje-sorpresa que Verne presenta al final contesta parcialmente algunas preguntas. En este sentido, la isla desierta o semi-desierta cumple la función de escenario para la recreación de la historia, para la comprobación eficiente de la ciencia y otras maravillas de la modernidad que estalló en el último cuarto del siglo XIX. No contaré más.

“Mensaje en la botella” (interludio)

Una canción de The Police que habla de una isla desierta y del esfuerzo de su único habitante en mandar un mensaje al mundo.

Letra de la canción: Sólo un náufrago / Una isla perdida en el mar / Otro día solitario / Con nadie aquí más que yo / Más soledad / De la que cualquier hombre puede soportar / Rescátame antes de que caiga en la desesperación. // Enviaré un SOS al mundo / Espero que alguien reciba mi / Mensaje en una botella // Ha pasado un año desde que escribí mi nota / Pero debí haber sabido esto desde el principio / Sólo la esperanza puede mantenerme / El amor puede arreglar tu vida / Pero el amor puede romper tu corazón // Enviaré un SOS al mundo / Espero que alguien reciba mi / Mensaje en una botella // Salí a caminar esta mañana / No puedo creer lo que vi / Cien mil millones de botellas / Varado en la orilla / Parece que no estoy solo en esto de estar solo / Cien mil millones de náufragos / En busca de un hogar // Enviaré un SOS al mundo

En la tercera película de Jurassic Park ya la isla cerca de Costa Rica era, para efectos dramáticos, desierta. En ese experimento fallido se encuentran dos especies que jamás se conocieron anteriormente, dado que los dinosauros se extinguieron unos 70 millones antes que surgiera los primates antecesores del homo sapiens.

Se lucha contra Tiranosaurios y Terosaurios en las condiciones más primitivas posibles. Un metaexperimento, porque los sujetos se colocan en el lugar equivocado en el momento equivocado, pero no sabemos qué ocurrirá y cómo responderán a los retos.

Eso ocurre cuando queremos crear un mundo de cero, en la isla. En este cuento, una organización quiere aislar y concentrar la producción de ideas e inventos. Solo que junto a los genios pone a los burócratas.

Este video de Mr. Curricé hace el ejercicio de preguntarle a cuatro amigos qué se llevarían a una isla desierta y prueba hasta qué punto se puede insistir en no buscar utilidad práctica.

Más de islas, sobre islas, por islas…

En el cuento La Isla Desconocida de José Saramago, la tierra rodeada de agua simboliza la utopía, el mundo ideal o al menos noble para llegar al cual hay que atravesar océanos, tiempos, obstáculos. Lo interesante de las islas interesantes es que no nacemos en ellas sino que llegamos a ellas o ansiamos llegar.

La isla como destino soñado es el leit motiv de La Odisea, de Homero, compuesta hacia el siglo VIII antes de nuestra era. Ulises, una metáfora en sí mismo del ingenio humano, reina en Ítaca, la abandona para luchar contra Troya y desea más que nada retornar a su tierra, a sus dominios y a su amada Penélope. Ítaca, entonces, es el ansia, lo que no se tiene de momento (para Ulises, 20 años), el volver a casa. Es increíble, por cierto, cómo la historia está llena de literatura y música cuyo tema es “la vuelta a casa” (tema para otro ensayo).

El poeta griego K. Kavafis nos dice que “debes rogar que el viaje (a Ítaca) sea largo”, para vivir innumerables aventuras y que quizá no se llegue o que la llegada sea el fin. La isla es el desideratum, pero el viaje es lo que realmente vivimos.

Liliput es una isla en la que Gulliver encuentra (literalmente) un microcosmos de su propio mundo en el siglo XVIII. En la obra de J. Swift del siglo XVIII, nuestro héroe tiene que diferenciarse de la sociedad que lo rodea para poder entenderla. Es un gigante, un enano o tiene que dialogar también con caballos.

En fin, las islas seguirán surgiendo de erupciones volcánicas, de desprendimientos continentales, pero sobre todo de la imaginación humana. Necesitamos un lugar aislado, para renacer, para reconstruir el mundo y, quizá, para probar que hemos vivido.