Gonzalo Himiob Santomé: Reacomodo urgente

Gonzalo Himiob Santomé: Reacomodo urgente

Todo apunta a que más temprano que tarde el país, que ya no soporta más tantos abusos, tantas carencias y tantos ataques directos a nuestros bolsillos, dará un giro a su timón en el que, aunque a Maduro y a sus seguidores no les guste, la premisa fundamental será que ellos ya no pueden seguir en el poder. Todas las encuestas demuestran que el apoyo a la gestión de Maduro no llega, ni en el mejor de los casos, al 40%, y que el rechazo a sus medidas represivas, especialmente a su persecución contra los estudiantes, es generalizado. Sólo unos pocos le apoyan, y ninguno le guarda la misma lealtad que a Chávez sí se le mantenía, y esta es una verdad incuestionable. La falacia de que “Maduro es pueblo” el pueblo (el de verdad) no se la traga, a lo más se le ve como un ciudadano más que no ha sabido dar la talla. Los más humildes, las víctimas más directas de las evidentes limitaciones de Maduro como gobernante, ven que más allá de los discursos y de las excusas las cosas, hoy por hoy, están mucho peor que antes, incluso se ve que las condiciones actuales son mucho peores que las que existían cuando se dieron las intentonas del 4F y del 27N de 1992. Está claro: si en esos momentos había razones para oponerse al poder, hoy éstas están elevadas a la enésima potencia. La cara de bobo te la pueden ver por un tiempo, pero cuando la realidad de la inseguridad, de la escasez, de la carestía y de la inflación te abofetea todos los días, no hay cuento que valga.

Maduro tiene más de un año ocupándose de lo único que le interesa: mantenerse en el poder y que todo el mundo lo asuma y reconozca como presidente. Era lógico pensar que si esto es lo único que le afana, no tendría tiempo para arrostrar con eficiencia los verdaderos problemas de la nación. Tampoco es que tenga muchas luces, y eso evidentemente le ha complicado bastante la tarea. Por eso estamos como estamos. Hasta los bolivarianos más radicales se dan cuenta de eso, y por ello, aunque siguen hablando de la lucha contra la “oligarquía burguesa y apátrida”, ahora también dirigen sus cañones contra la “neoburguesía revolucionaria”, contra el “cogollo” madurista que no hace más que reciclarse y enrocar continuamente posiciones, mostrando siempre, hasta en los más disímiles cometidos, las mismas caras (funcionarios “multiuso” pues) y sin dejar el más mínimo espacio a la renovación de los liderazgos. A las bases revolucionarias se las usa, no se les respeta. Son simples instrumentos que solo agradan cuando sirven con fe ciega al poder, nada más. Los que ahora gozan de las mieles “revolucionarias” le cogieron con mucha rapidez el gusto a los lujos, a los relojes caros, a los viajes “todo incluido”, a estar montados siempre sobre los hombros de los demás y a esa absurda ilusión de que miedo es igual a respeto, y no es esa una sartén de la que estén dispuestos a soltar el mango con facilidad, lo que no implica, sin embargo, que la fuerza de los acontecimientos no les obligará a aceptar el drástico reacomodo que en esas filas habrá de venir, si es que el hasta ahora aún inaprehensible ideal “revolucionario” quiere, de alguna manera, trascender más allá de Chávez, y de Maduro.

Por su parte, la oposición venezolana está definitivamente dividida. Puede que aún exista un relativo consenso en cuanto a las fórmulas unitarias de postulación política, de cara a los futuros eventos electorales, pero de allí a pensar que existe una “unidad monolítica” en quienes se oponen a Maduro hay un muy largo trecho. Las divisiones son más densas de lo que aparentan, de un lado tenemos a quienes siempre, tanto antes como ahora, ven en la política no solo un modo de vida, sino además un modo para “ganarse la vida”. Son los que están más pendientes de ver en qué lugar se colocan para garantizarse la arepa que de las reales necesidades del país, los que ponen siempre sus estómagos por encima de la mente y hasta del corazón. Entienden la política en letras pequeñas, no ven a los lados sino solo su nariz, y lo que es más grave, no dudan ni un instante cuando de pulverizar a todo el que amenace con desplazarlos en los afectos populares se trata, sin importar sus méritos o la verdad. Por eso “vuelan” de un partido a otro o de una postura a otra, con suma facilidad. También callan, cuando les conviene. Hoy están con unos, pero mañana, conveniencias inmediatistas de por medio, están con otros. Les da lo mismo mostrarse un día como social cristianos y al día siguiente como socialistas o como liberales, todo con la mira puesta en quién les ofrece mejores cargos, mejores puestos, más acomodo. Todo lo demás es secundario. Son peligrosos, pues al final del día no piensan más que en sí mismos, desconociendo que el primer mandato de cualquier político es ponerse, por encima de todo, al servicio de los demás. Son también los políticos “de 9 a 5”, incapaces, por ejemplo, de ir a mostrar solidaridad con sus compañeros o con sus seguidores en desgracia cuando los tribunales, por ejemplo, hacen de las suyas entre gallos y medianoche. Hace poco, con la audiencia a Leopoldo López, muchos demostraron ser de esta estirpe. Necesitaban demostrar a fuerza de ausencia y de silencio que les era más importante “pasarle la factura” al díscolo que no se plegó a la “línea” cogollera que poner el rostro allí, donde la lucha contra la barbarie lo necesitaba.





Luego están los verdaderamente comprometidos con el país. Están divididos entre quienes no tienen militancia partidista formal, pero aún así son tan políticos como el que más, y hacen de los asuntos públicos, de cualquiera de ellos, su tema y su pasión; y los que pensando en el país, que no en sí mismos, han decidido sumarse a las filas de alguna organización política con la esperanza de lograr un cambio “desde adentro”. Todos son gente que padece y entiende la realidad de manera directa y que comprende que aunque no tiene nada de malo hacer de la política un modo de vida, hay mucho más en ella que su uso para “ganarse la vida”. Son los que ahora pugnan, pugnamos valga decir, por un reacomodo de las fuerzas opositoras que asuma su responsabilidad histórica sin medias tintas, que llame a las cosas por su nombre y que asuma sin guabineos los riesgos que implica dar la cara y alzar la voz en un régimen como el que padecemos. A todos los anteriores, la anquilosada dirigencia política “formal” opositora, negada como siempre ha estado a permitir que otros les desplacen y tomen las riendas cuando las necesidades del país así lo reclaman, los ve con franco recelo, y a veces hasta con inocultable hostilidad.

Allí está la clave de las divergencias en la oposición, que al final de cuentas es la misma que alienta las divergencias en el oficialismo. Es la lucha perenne entre el pasado viciado y enquistado y el futuro. Se impone, de cara a lo que viene, un reacomodo general. No vaya a ser que terminemos, cuando venga el cambio necesario, que vendrá, tropezando con las mismas piedras.

Por Gonzalo Himiob Santomé
@HimiobSantome