Juan Guerrero: Convivir desde la diferencia

Juan Guerrero: Convivir desde la diferencia

thumbnailjuanguerreroPor años crecimos creyendo que una sociedad se desarrollaba a partir de las coincidencias de todos sus miembros. Parecía que mientras más acuerdos y coincidencias existieran mejor se vivía.

Hoy nos damos cuenta que este camino del acuerdo absoluto trajo las tristes solidaridades automáticas. Solidaridades construidas para no aparecer como sujeto diferente y extraño al grupo social y sus intereses.

Así ocurrió por años. Tantos, que nos acostumbramos a ello y establecimos modelos teóricos para sustentar semejante engaño. Por eso ha sido siempre más fácil emitir un afirmativo a un si condicional. Peor aún, a un no comprometido.





Si observamos nuestro entorno nos damos cuenta que en todo existen diferencias. Entonces, ¿por qué tener que clasificarnos como sujetos con pensamientos y procederes absolutamente iguales?

Vivir en lo igual no solo es imposible sino que aburrido y decadente. Sin mayor movimiento ni expresiones de originalidad, además de simplista y tedioso. De ello se desprende que muchos seres humanos no saben convivir en la diferencia.

Quien vive en una sociedad sin mayores diferencias le otorga sentido al Poder para que desarrolle su autoritarismo y sentido paternalista de castigo y premio, tanto en lo político como en lo religioso y militar, como condición para la obediencia y el sometimiento.

El poder y quien lo ejerce no dialogan, monologan y terminan silenciando y silenciándose porque se contraponen a la humana naturaleza que siempre dialoga.

Estos años están marcados por la tendencia del ser humano a mostrarse en su natural manera de actuar y proceder. La acción de la vida nos exige la construcción de nuestra red comunicativa, a partir de coordenadas signadas por una ética de argumentaciones discursivas claras y objetivas.

Pensar, hablar y actuar de manera coherente y lógica son la exigencia de los nuevos tiempos en la manifestación del lenguaje.

Para convivir se debe construir una dialógica de la ética discursiva que permita enunciar nuestro lenguaje como consecuencia de una exigencia de vida comunitaria. Esto nos refiere, no tanto a una misma etimología (comunicación-comunidad) también a su estructuración como razón argumentativa que hace de los seres humanos lo que somos: individuos que existimos en el lenguaje. Y lenguaje es transmisión, tanto de conocimientos como de emociones.

Ciertamente que el hombre pudo erguirse sobre esta tierra por su capacidad para ordenar su estructura discursiva, estableciendo un sistema lingüístico que le capacitó para perpetuarse como ser simbólico, transformando esa emoción de interés de vida en secuencias más complejas. De ello su potencialidad para continuar la infinita cadena que son los actos de habla.

Será siempre una aberración humana pensar de una manera, hablar de otra, y actuar negando totalmente el pensamiento. Eso contradice la naturaleza humana y conduce a la barbarie.

Somos humanos no tanto porque aprendimos a manejar objetos y fabricar utensilios hasta perfeccionarlos y hacerlos más complejos y sofisticados. Somos humanos porque establecimos la marca primaria que inició nuestro camino transformador básico: pensamiento-palabra.

No son las transformaciones tecnológicas, de por sí necesarias, que nos ayudarán a continuar nuestro camino al convivir y compartir. No son las ganancias de la economía, de necesidad urgente en estos tiempos, que acentuarán nuestra primacía como seres humanos. Ni el poder militar ni los salmos ni cantos religiosos. Ni aún los conocimientos académicos que ofrezcan los centros educativos.

Siempre será la palabra y su infinito discurrir, de manera dialógica, que nos permitirá fortalecer una ética argumentativa en el emocionar de un discurso amoroso, racional y coherente, perpetuado en el habla de hombres y mujeres que se atreven a convivir desde sus diferencias, en su respeto común y que aprendieron a valorar la experiencia de la libertad de pensamiento y palabra.

camilodeasis@hotmail.com

@camilodeasis