El “malandro nuevo” no cree en nadie

El “malandro nuevo” no cree en nadie

Mientras que desde una celda bien acomodada en el Internado Judicial de San Felipe (podría ser cualquier otro), un “pran” hace una llamada y extorsiona a un ganadero; en el barrio La Bombilla de Petare, un niño sueña con ser delincuente. No, no quiere ser como Gustavo Dudamel, director de orquestas venezolano. Tampoco como el esgrimista olímpico Rubén Limardo. Quiere ser como “El Yoifre”, “El Niño Guerrero” o como cualquier otro de los muchos presidiarios que han ocupado los titulares de las noticias en el último lustro. eltiempo.com.ve / Alejandra Rodríguez Álvarez

(foto archivo)

En el barrio para nadie es un secreto por qué ese niño, que bien podría llamarse Juan, Wilmer o Roberto, quiere ser “malandro”. Todos saben que pactar con la delincuencia le permitirá calzar zapatos de marca, obtener dinero fácil, tener mujeres y, sobre todo, reconocimiento. Ese que probablemente no encuentra en casa. Lo que el infante todavía no advierte es que si logra convertirse en el próximo “Niño Guerrero”, la fiesta le durará poco. Con suerte llegará a los 25 años. Y, seguramente, dejará algún huérfano.

Los victimarios de la violencia delincuencial en Venezuela son cada vez más jóvenes, más crueles, no tienen arraigo de ningún tipo y tampoco respeto por la vida de sus pares, coinciden los expertos. No son, ni remotamente, parecidos a los de hace 20, 30 o 50 años. Han mutado, se han transformado.





“El delincuente de los años 80 era completamente diferente al delincuente de hoy”, afirma el criminólogo y subcomisario jubilado del Centro de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), Francisco Gorriño. Y no es la forma de ingreso al mundo delictivo lo que ha variado, sino el perfil que adquieren, luego de haberse sumado a las filas del hampa.

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