Vladimiro Mujica: El Oasis Polar

Vladimiro Mujica: El Oasis Polar

Los venezolanos vivimos en un país donde el sustento no está necesariamente asociado al trabajo. El grueso de los ingresos proviene de la renta petrolera, al tiempo que se exaltan los valores de la pobreza. 

Supongo que me ocurrió como a muchos venezolanos de mi generación que estudiaron en la UCV: mi primer contacto memorable con un producto de las Empresas Polar fue con la cerveza Pilsen, en botella o en lata, una bebida que se convirtió en nuestro acompañante inseparable en las muchas horas que pasamos en los bares de los alrededores de la UCV. Incontables bromas se armaban en relación al oso sentado en un témpano de hielo, algo inexistente en el trópico, que adornaba la imagen en las latas y las botellas de la Polarcita, la latita o el tercio. Una de las más comunes era tratar de identificar el sexo del oso, un tema sobre el que no había consenso definitivo, o el misterio del osito polar camuflado en algún espacio de la imagen.

Para quienes como yo crecimos en un ambiente de ideas comunistas, el asunto de la relación con la así llamada burguesía empresarial tenía un cierto toque de pecado original. Una generalización completamente descabellada pero que sin embargo está en la raíz del estado de disociación en que vivimos los venezolanos, donde el sustento no está necesariamente asociado al trabajo y el grueso de los ingresos de la nación proviene de la renta petrolera, al tiempo que se exaltan los valores de la pobreza en un mar de corrupción. No hay país que pueda construir bienestar para su gente sin la obra de los emprendedores y empresarios que convierten oportunidades en crecimiento. No cabe la menor duda de que en Venezuela creció un grupo de empresarios corrompidos por su asociación con el poder que le creó verdaderos monopolios protegidos donde no era necesaria la innovación ni la inversión. Pero junto con ellos creció también un grupo de empresas que se tomaron en serio el país y su rol como mediadores en la creación de empleo y riqueza más allá del todopoderoso Estado petrolero. Para infortunio de Venezuela, la lista de grandes empresas privadas competitivas internacionalmente no es muy larga, y la misma incluye de modo inequívoco a Empresas Polar.





Pasarían muchos años antes de que ya transformado de estudiante ucevista en profesor e investigador de mi Alma Mater, tuviera una nueva línea de contacto con Empresas Polar y en particular con su Fundación que tiene a su cargo buena parte de las actividades de responsabilidad social y extensión de la compañía. En los salones de la Fundación se discutió extensamente el Programa de Promoción del Investigador, una iniciativa de las asociaciones científicas y del Conicit para promover la investigación en Venezuela y que tuvo un impacto muy importante en la productividad científica del país hasta que fue reemplazado por un programa politizado e inoperante. El tema no le era ajeno a la organización, ya en 1983 se había creado el Premio Lorenzo Mendoza Fleury para distinguir el talento, la producción y la creatividad de los investigadores venezolanos. Todavía tengo grabada de manera inequívoca en mi memoria la mañana en que recibí una llamada, que se ha convertido en uno de los ritos del premio, de la Señora Leonor Giménez de Mendoza, anunciándome que yo estaba entre los galardonados con el premio en 2001. Venía yo cansado y angustiado de una de las batallas campales por la recuperación del Rectorado de la UCV de manos de los tomistas que le habían tendido una emboscada disfrazada de buenas intenciones a la universidad del pueblo, algo de lo cual veríamos mucho más en los años siguientes, para transformarla en la universidad del gobierno.

Mi reacción a la buena nueva que me anunciaba la Sra. Mendoza fue demostrativa de lo que a muchos nos pasaba por la cabeza en ese entonces. Palabra más, palabra menos: “Estoy por supuesto contento por haber recibido un premio tan prestigioso, pero al mismo tiempo estoy muy preocupado por lo que está pasando en Venezuela y en la UCV”.

Llega el momento de explicar el porqué de esta nota escrita en un momento en que todo el mundo en Venezuela está preocupado por lo que va a ocurrir o a no ocurrir el próximo 8 de diciembre. De paso por Caracas, asistí al acto de cierre del ejercicio anual del Consejo General de Fundación Empresas Polar. Un acto que en cualquier otra circunstancia de la vida nacional pasaría como cualquier otro evento de fin de año, pero que en medio de la realidad de un país dividido y convulso tenía una inmensa carga simbólica de la Venezuela posible del reencuentro de sus dos mitades. Viendo el espectáculo conmovedor de virtuosismo musical que se desarrollaba en el escenario y la presentación sobre un ejercicio de trabajo sin recurrir al enfrentamiento y a la división entre venezolanos, me asaltaba la imagen de la película Cabaret, con Liza Minelli, sobre un recinto de la vida nocturna y alegre donde el inolvidable maestro de ceremonias daba la bienvenida a un mundo irreal y decadente en medio del horror de la Alemania nazi. La imagen se alternaba extrañamente con la de los Templarios, caballeros de una orden militar cristiana de los tiempos de las cruzadas, manteniendo viva la llama de la fe.

Ni siquiera intento discernir por qué se impuso la imagen esperanzadora de los Caballeros Templarios. Cuando salí del acto, le dije tanto a la Señora Mendoza como a su hijo Lorenzo, el Presidente de la Empresa, que Venezuela tenía una deuda con Polar por haber mantenido entre tantas dificultades el espíritu de la Venezuela posible. Tampoco intentaré insistir en que no estoy construyendo una apología simplista o practicando un ejercicio vano de adulación.

Ninguno de ellos está en mi carácter. Simplemente que cuando se escriba la historia de estos tiempos oscuros destacará por mérito propio el invalorable rol de quienes han construido un oasis de la venezolanidad que todos queremos. El camino hacia el 8D sigue vigente, pero no debemos olvidar que siguen ocurriendo cosas importantes enmascaradas entre tanta sequía.